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GRACIAS DON VÍCTOR, MI PÁRROCO

GRACIAS DON VÍCTOR, MI PÁRROCO

¡No sabéis la suerte que tenéis por tener un seminarista en la parroquia!

El primer día de junio, amanecía con la triste noticia del fallecimiento de Don Víctor Pérez Carrasco, párroco de uno de nuestros seminaristas mayores.

Siempre es un regalo inmenso cuando Dios bendice a una parroquia con una vocación sacerdotal o de vida consagrada y, para cada seminarista en toda su etapa de formación, es fundamental y muy importante la presencia y cercanía de la parroquia y, en especial, del párroco y demás sacerdotes.

La parroquia es uno de los pilares importantes en el camino vocacional. Ofrece al seminarista una aportación muy generosa: sintiéndolo como parte viva de sí misma, cuidando su vocación con la oración, acogiéndolo en los periodos de vacaciones, respetando y favoreciendo su formación, e incluso, ayudándole material y económicamente.

Cada seminarista le debe mucho a su párroco: por su ejemplo diario, su fidelidad, cercanía, preocupación y la alegría constante, que habla por sí misma,  mostrando el sacerdocio como un camino por el que vale la pena entregar la vida a Cristo.

Alejandro Campos Florido, seminarista de Llerena, comparte su testimonio en el recuerdo y su oración por su párroco Don Víctor:

Llegó en uno de los momentos más importantes para mi vocación. Con 15 años, cuando te empiezas a plantear las cosas y cuando comienzas a preguntarle a Jesús: ¿que quieres de mí?

 A los pocos días de su llegada a Llerena, ya estábamos muy unidos y, poco a poco, y a su manera, empezó a mostrarme su simpatía y su sentido del humor.

Poco a poco se fue enterando de mi historia y de mi vocación y no tardó nada en aconsejarme, enseñarme, e incluso corregirme cuando hacía las cosas mal. Pero eso sí, siempre en privado y con muchísima delicadeza.

Si algo tengo que destacar de Don Victor es su cariño al Seminario y a los seminaristas: cuando me hablaba del Seminario se le notaba el cariño hacia esta casa. Algo muy común era cuando me contaba sus «batallitas» en el fútbol, los inviernos que pasó conviviendo con el frío, la morriña y los viajes a su pueblo algunos fines de semana. Sobre esto último, recuerdo que cada vez que los viernes iba a saludarle a la parroquia siempre me decía lo mismo: ¿Otra vez estás aquí? Vivís como señoritos… Y no lo decía porque no le agradará verme, si no porque en sus tiempos de seminario iban muy poco para casa.

Soy consciente de que en su oración siempre había un hueco para las vocaciones sacerdotales. Me insistía mucho que teníamos que pedir mucho por todas las vocaciones, pero, especialmente al sacerdocio.

Era tanta su simpatía al Seminario, que en una campaña vocacional, en una homilía le dijo a los feligreses de la parroquia: ¡no sabéis la suerte que tenéis por tener un seminarista en la parroquia! Cuando terminó la Misa en la sacristía me dijo que no se me subiera a la cabeza, que esas cosas teníamos que llevarlas con humildad.

Esa humildad fue la que lo hizo grande. La humildad que intentó enseñarme y que espero y deseo tener, la humildad del café con leche con los hombres del campo, la humildad de juntarse con los que apenas nadie se juntaban…

Con esto, QUIERO DAR LAS GRACIAS públicamente a mi párroco, Don Victor por todas las cosas que ha hecho por mí y por mostrarme con su ejemplo el trabajo callado del sacerdote. Ese trabajo sin testigos, con la única esperanza que Jesús lo tendrá en cuenta. También quiero que le insista al Señor que llene el Seminario de vocaciones, si es su voluntad, y decirle también que desde el Cielo los partidos del Madrid se verán mejor que aquí. 

Muchas gracias por todo Don Víctor.

¡Hasta el CIELO!

Alejandro Campos Florido

Seminarista

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